Toda la gente de Sderot se despierta más o menos a la misma hora cada mañana, al oír las sirenas, que parecen coincidir con la hora en que todos los niños de Sderot tienen que ir a las escuelas, jardines de infantes o guarderías.
Después de refugiarse en un recinto protegido, este cronista acompaña a dos terapeutas a hacer su trabajo con los niños de edad pre-escolar de Sderot.
El programa empieza poco después de las 8:30. Los niños están ya todos en sus asientos. A esta misma hora, el miércoles pasado, cayeron varios cohetes allí cerca y mataron a un obrero, Yaakov Yaakobov.
Tengo ahora una oportunidad única para hablar con las profesoras, mientras los “payasos” hacen sus gracias, con globos y trucos y un hombre que toca la guitarra.
Una de ellas, Debbie, me cuenta cómo hacen para meter a duras penas a 15 pequeños de 3 a 5 años en el recinto protegido, en tan sólo 15 segundos. Me describe cómo caminan rápidamente, de una forma que ya se ha hecho habitual, y se quedan quietecitos hasta que se oye la explosión. Ella dice que los niños ya se han habituado a esto de cierto modo.
Debbie menciona que han empezado a darles clases de yoga, para ayudarles a sobrellevar la realidad antinatural de no poder jugar al aire libre. En estos tiempos, nadie se anima a arriesgarse en Sderot.
Cuando se van a sus casas, Debbie dice que les advierte que no vayan a jugar en ningún parque y que corran a casa lo más rápido que puedan. Los padres de los niños no tienen automóviles para transportarlos, y los vemos trotando junto a los pequeños para hacer el trayecto en el menor tiempo posible. Es una imagen surrealista ver desierto el parque de juegos, construido hace poco para mejorar la calidad de vida en Sderot. Debbie me hace notar que ha pasado un mes desde la última vez que les permitieron a los niños jugar en el parque.
Los viernes son los días en que los niños de Sderot pueden “pedir un deseo”, explica Debbie: “el único deseo que tienen es que los árabes dejen de lanzarnos cohetes…”
Mientras Debbie habla, la voz tranquila del locutor de la radio informa que el cohete Kasam de esta mañana “cayó en un terreno despoblado, y que fue necesario atender a algunas personas que sufrían de shock”, antes de pasar a la sección deportiva. Parecería que la gente que trabaja en la radio oficial, a sólo 55 minutos de aquí, no entendiera lo que es ser víctima de un trauma.
En el jardín de infantes siguiente, la profesoraOfra está hablando de los caracoles, que salen en invierno, y les pregunta a los niños: “¿Por qué el caracol tiene caparazón?” Y los niños a coro: “Para protegerse de los Kasam”.
Ofra menciona que los niños tienen bloques y piezas de rompecabezas hechos con pedazos de cohetes, como si fueran un nuevo modelo de Lego, y que todos dicen que cuando sean grandes quieren ser soldados, para “luchar contra los árabes que nos lanzan cohetes”. Dice que su hijo, que presta servicio militar en una unidad de paracaidistas, la llama varias veces al día para saber si está bien.
En el jardín de infantes, una psicóloga opina que es bueno que los niños puedan expresarse por medio de dibujos, construcciones y charla al azar acerca de dónde cayó el cohete ayer, o que la explosión fue más o menos fuerte.
Pero ¿y qué de los que se quedan sentaditos en la periferia de la pequeña aula, sin siquiera reaccionar a las locuras de los payasos? Tal vez porque entienden que mañana habrá otro cohete, y que tal vez caiga cerca de ellos. El guardia de seguridad del jardín nos dice que las primeras palabras que su primita aprendió a decir fueron “Tzeva Adom” (“color rojo” que es la voz de alarma), junto con los tradicionales Aba e Ima (papá y mamá).
En la calle, frente a la guardería Yasmín, hay un agujero hecho por un cohete Kasam Aquí un impacto directo dejó en junio de 2004 un saldo de dos muertos: Afik Zehavi, de 4 años, y Mordejai Yossofov, de 49.
Ofra dice que cuando fueron con la familia de visita a Dimona y Beersheba, su hijito Elad, que está en primer grado, miraba inquieto al cielo. Ella le preguntó: “¿Qué estás buscando?”, a lo que el pequeño contestó: “No hay aquí protección en las escuelas, ni refugios a los que podemos correr si suenan las sirenas”. Y después preguntó: “¿Por qué los árabes bombardean sólo en Sderot y no en Beersheba?” Esta historia nos hizo pensar en estos niños, que no conocen otra realidad que ésta, desde ya hace seis años.
Dalia Yosef, la psicóloga que dirige un proyecto de los Servicios de protección comunitarios y trabaja con niños de 2 a 4 años, nos muestra datos según los cuales el 50% de los niños presentan síntomas del trastorno de estrés postraumático, que les acompañará en años venideros, y que sólo la mitad de esos niños reciben tratamiento.
Dalia describe el colapso de maestros, no de los niños, que no saben qué hacer. Ellos no están preparados ni tienen experiencia, y no hay nadie que los supervise. Cuando suenan las sirenas, los maestros tienen que ocuparse de niños sobrecogidos por el pánico, y muchos de ellos tienen a sus propios niños en jardines de infantes y colegios, que no siempre cuentan con protección adecuada. En efecto, de los 100 jardines de infantes del Néguev Occidental, sólo la mitad están protegidos…
Surgen preguntas: ¿Cómo comportarse con niños de cuatro años que han visto a Fatima Slutsker volar en pedazos, o a Maor Peretz perder las dos piernas?, ¿Qué se hace cuando suena la sirena y los niños están subiendo al autobús? ¿Correr al autobús, hacer bajar a los niños y llevarlos al refugio? ¿Todo eso en 15 segundos?
Antes de empezar la función de los payasos, vienen los niños de una guardería vecina. Lo primero que se les dice es adónde correr si suena la sirena, porque no van a caber todos en el pequeño recinto protegido y tendrán que dividirse en grupos. Más tarde, la asistente Ilanit me confía que le preocupa que los niños estén sentados en un apretado círculo que no deja el paso libre al recinto protegido. Toda la rutina del día gira alrededor de los cohetes Kasam y de dónde van a caer.
Cinco minutos después de salir de la última guardería que visitamos, suena la sirena y se oyen tres explosiones. Una parece venir de muy cerca. Sólo podemos pensar en lo que están pasando los niños y sus responsables en ese momento.
Noam Bedein es el director del Sderot Media Center. En el ejercicio de su cargo, Noam acompaña y guía a diplomáticos extranjeros, funcionarios oficiales, grupos de estudiantes y otras organizaciones de todo el mundo que vienen a visitar Sderot y el Néguev Occidental
Pido al Señor Dios de los Ejercitos por la paz de Israel y desde Guatemala bendigo a su pueblo y todos sus hijos. Amamos a Israel en mi pais y no cesamos de orar y sabemos que El Dios de ISRAEL vencera a todos aquellos que se han levantodo en so contro. Israel Tu Dios el Eterno esta contigo, no desmayes.